EL CASO DE LA MÁSCARA CHINA

La lluvia azotaba con furia el parabrisas del taxi. Noche lluviosa, noche negra, noche de perros. Un flash blanco cegó el cielo, la ciudad se estremeció con el estallido del trueno.
-Oiga, amigo -preguntó el taxista-, ¿va a una fiesta de disfraces?
-¿Perdón?
-Lo digo por la gabardina, el sombrero, va de detective, ¿no?, a lo Bogart y tal.
-No voy de detective, soy detective.
-Ja, ja, claro, amigo, lo que usted diga, lo que usted diga...
Capullo...
"Estás de coña, supongo", fue la respuesta de mi mujer cuando le dije que pensaba convertirme en detective. "¿Sueñas con resolver grandes casos y cepillarte a mujeres fatales con ceñidos vestidos de lentejuelas? ¿En qué película vives?".
Tenía razón. Cuanto conseguía eran trabajillos patéticos, espiar a las esposas de maridos celosos, hallar perros perdidos... Apenas me alcanzaba para llegar a fin de mes; joder, no podía ni comprar balas para el revólver. La zorra estaba en lo cierto, Roberto Ramírez no era más que un huelebraguetas de poca monta, ¡pero aquello iba a cambiar!, gracias a

EL CASO DE LA MÁSCARA CHINA

-Deténgase aquí -indiqué al taxista.
-Son quince con cincuenta.
-¿Está de broma?
-Es lo que reza el taxímetro, amigo -dijo encogiéndose de hombros.
Saqué mi cartera, examiné su contenido: tres euros con veinticinco céntimos.
Eh -exclamé-, ¿ha visto ESO?!
Abrí la puerta, salí por patas...
-HIJO DE PUTAAAaaaaaaaaaa....
Me oculté en un callejón hasta que se largó. Miré hacia arriba: la luz de la habitación estaba encendida...
Un par de días antes un macarroni obeso y calvo que se hacía llamar Toni Pomodoro se presentó en mi despacho acompañado por su guardaespaldas, un gorila con la constitución de un carro de combate Panzer. El tal Pomodoro dijo ser coleccionista de arte. Su esposa había desaparecido con una de sus mejores piezas, una máscara china del periodo... ¿Ping, Ring?, nunca fui un as en Historia y además en chino todas las palabras suenan a gato agridulce. El caso es que estaba dispuesto a pagar una buena suma si encontraba a su esposa y recuperaba la máscara. Me facilitó fotografías de ambas: la máscara me pareció horrible, no sabía por qué alguien querría gastar una fortuna en ella; la tía, en cambio, era una pelirroja de ensueño a lo Rita Hayworth, pura dinamita.
-Tenga cuidado con ella -aconsejó Pomodoro-, en especial con su lengua. Es una víbora. Capaz de enloquecer a los hombres.
-Apuesto a que sí.
-No bromeo, Ramírez.
-Conozco a las mujeres, Pomodoro. Soy perro viejo. Sé lo que me hago.
Forcé la cerradura del portal. Pan comido. Subí las escaleras hasta el tercer piso...
Si aquello salía bien me largaría a algún país tropical con mi secretaria, una rubita preciosa. Solía tirármela sobre la mesa del despacho. Salía con un tipo aunque no iba en serio con él. "Es un crío", decía, "no un hombre, un hombre de verdad, como tú, Roberto...". Curraba de veterinario en el hipódromo. Doctor de caballos, tío... Aquel bombón se merecía algo mejor. Algo como yo. Roberto Ramírez: detective privado.
Número 12. Allí era. Abrí la puerta de una patada.
La mujer de Pomodoro, vestida únicamente con un camisón de color púrpura, se giró asustada; jo – der, chico, menudo cuerpo el de aquella tía...
-¡QUIÉN COÑO ES US...! -gritó.
-Policía -dije, y le apunté con mi revólver.
Intenté cerrar la puerta de espaldas, de un taconazo, lográndolo al tercer intento.
Tuve que realizar un esfuerzo sobrehumano para desviar la mirada de aquellas espectaculares curvas e inspeccionar el lugar. Sobre una cama había una maleta y un montón de ropa. Había también una gran pipa de fumar de la que manaba un olor exótico.
-El consumo de marihuana está penado por la ley, señorita.
-No es maría, gilipollas, es tabaco indio. Es totalmente legal.
Me aproximé a la pipa, di una calada.
-No está mal -dije, asintiendo, y exhalé el humo lentamente-... Cof, cof… (carraspeo)… Bueno, ¿dónde está la máscara?
-Usted no es poli.
-¿Ah, no? Y por qué no.
-Porque a los maderos que un millonario pierda una máscara se la trae floja. Y además no visten como salidos de una peli antigua. Es un detective, mi marido le ha contratado.
-Sobresaliente. Y ahora entrégueme la máscara.
-Parece un hombre seguro de sí mismo, un verdadero tío duro... me gusta...
-No dé ni un paso más. Se equivoca si cree que logrará seducirme con sus trucos baratos. Me los conozco.
Sonrió. Se arrodilló a mis pies, bajó mi bragueta, me fulminó con aquellos maravillosos ojos verdes, abrió su boca de carmín... Vale, se supone que un buen detective debería mantenerse frío en este tipo de situaciones, pero, ¿qué habríais hecho vosotros en mi lugar? ¿Qué habría hecho Cagney? ¿Qué habría hecho Mitchum?
-Vaya, vaya -dijo una voz.
Pomodoro y su matón se hallaban en la puerta.
-Le advertí sobre mi esposa, Sr. Ramírez. Creí que sabía usted lo que se hacía. Qué poco profesional.
Me la guardé y subí la cremallera.
-Digamos que me estaba tomando un descanso.
Pomodoro chasqueó los dedos. El gigante se abalanzó sobre mí. Traté de encañonarle, sí ya sé que el arma no tenía balas pero pensé que al verla se cagaría de miedo pero no fue rápido como un rayo flash su puño impactó en mi cara PAM… debí volar varios metros... perdí el revólver... me estrellé contra la pared y caí sobre la cama.
-Machácalo -sentenció Pomodoro.
Me agarré con fuerza a la cama, cerré los ojos preparándome para lo inevitable, el golpe definitivo, mi muerte a manos de aquel mastodonte pero advertí entre las prendas el tacto de algo frío y metálico era una pistola, la empuñé, apunté a su pecho, apreté el gatillo, BANG, el tiro acertó de pleno, brotó un chorro de sangre pero el cabrón seguía avanzando, disparé otra vez, BANG, otra, BANG, otra, BANG, cuatro balas y seguía en pie, demasiados músculos, pensé, no permiten que el acero penetre hasta el corazón, dispara entre ceja y ceja…
BANG
Puso los ojos en blanco y se desplomó sobre el suelo.
Pomodoro me miró acojonado.
-Espero que su matón tuviera garantía, capullo.
Salió por la puerta como alma que lleva el diablo. Le seguí. Bajaba por las escaleras. Únicamente quedaba una bala en el cargador.
BANG
Fallé.
Se giró para hacerme un corte de mangas y entonces perdió el paso, tropezó, cayó dando tumbos, como un muñeco de trapo... La sangre manó formando un gran charco rojo en el suelo.
Me giré. La viuda me apuntaba con mi revólver. Apretó el gatillo. Clic. Nada.
-Está descargada -dije, y le di una bofetada.
Telefoneé a mi secretaria. Le conté que tenía la máscara aunque había tenido que liquidar a Pomodoro. Se la venderíamos a un coleccionista por un montón de pasta y nos fugaríamos. Me cité con ella en el despacho al cabo de una hora. Sonaba realmente excitada. Echaremos un último polvete sobre el escritorio, pensé.
Al llegar encontré el despacho a oscuras. Mala espina. Encendí la luz. Allí estaba, sobre la mesa, llevaba un camisón rojo muy sexy, allí estaba como un regalo que espera ser abierto.
-Joder, nena, qué bien te sienta el rojo.
-¿Tienes la máscara?
-Sí, está en la maleta.
Me quité la gabardina, me bajé los pantalones y me lancé sobre ella como un mono en celo, entonces noté un pinchazo en el culo...
-¿Qué...?
-Tranquilizante para caballos -dijo.
Me empujó, caí al suelo. No podía mover un sólo músculo. Totalmente paralizado. Me observó. Sonrió de forma extraña, perversa. Descolgó el teléfono.
-¿Antonio? Soy yo, cariño. Sí, tengo la máscara. Nos vemos en tu piso dentro de una hora. Te quiero.
Mala puta, ¡me la había jugado con un doctor de caballos!
Mierda, mierda, mierda, mierda...
...todo se
tornó
oscuro...

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